miércoles, 21 de agosto de 2013

Enseñar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, y también a los adultos, la fe

Una de las urgencias que debemos sentir todos los católicos es la de enseñar a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, y también a los adultos, la fe. Sólo quien conoce qué significa ser cristiano, cuáles son las verdades del credo, qué enseña Jesús en el Evangelio, puede luego dar ese paso serio, profundo, de decir “creo”.

Pero la fe católica no consiste simplemente en aceptar contenidos, en conocer una serie de datos. Va mucho más allá. Porque la fe es, ante todo, conocer y aceptar a una Persona: Jesucristo.

Conocer la propia fe católica es, entonces, hacer una experiencia, descubrir y encontrarse con Jesús de Nazaret. Con aquel Profeta que era más que Profeta. Con aquel Hombre que se llamaba a sí mismo “el Hijo del Hombre”. Con aquel Mesías que realizaba signos y prodigios. Con aquel Cordero que supo dar su Sangre para redimir el pecado del mundo. Con aquel Señor, Hijo de Dios, que murió y que resucitó por nosotros y por nuestra salvación.

El católico no sigue un ideario, ni acepta una doctrina humana, ni vive según una cultura religiosa. Conocer la fe implica llegar a un encuentro personal con Cristo, como los Apóstoles, como Pablo de Tarso, como los millones de creyentes de todos los siglos.

La fe cristiana inicia, por lo tanto, desde un acontecimiento que cambia todos los parámetros, que permite descubrir un horizonte de verdades maravillosas.

Al explicar la conversión de san Pablo, el Papa Benedicto XVI comentaba: “Para nosotros el cristianismo no es una filosofía nueva o una nueva moral. Sólo somos cristianos si encontramos a Cristo. Ciertamente Él no se muestra a nosotros de esa forma irresistible, luminosa, como lo hizo con Pablo para hacerle Apóstol de todas las gentes. Pero también nosotros podemos encontrar a Cristo, en la lectura de la Sagrada Escritura, en la oración, en la vida litúrgica de la Iglesia. Podemos tocar el corazón de Cristo y sentir que Él toca el nuestro. Sólo en esta relación personal con Cristo, sólo en este encuentro con el Resucitado, nos convertimos realmente en cristianos. Y así se abre nuestra razón, se abre toda la sabiduría de Cristo y toda la riqueza de la verdad” (3 de septiembre de 2008).

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